Al día de hoy puedo decir que realizar el curso de Formación Básica para la Enseñanza de ELE en el Instituto Cervantes de Roma ha sido una de las mejores decisiones que he tomado a nivel profesional. Ha sido la confirmación que necesitaba para descubrir más a fondo un mundo, en el que si bien ya había dado mis primeros pasos, aún me quedaba, y me queda, mucho por aprender. Debo reconocer que me inscribí casi a último momento y que aun así pude entrar. Sin embargo cuando me enviaron la confirmación tuve que renunciar pero por suerte, pocos días después, las cosas dieron un giro inesperado y decidí volver a intentarlo y una vez más gracias a una de esas casualidades que nos están esperando sin que lo sepamos, el destino me dijo sí.
El curso empezó en noviembre y estaba estructurado de tal forma que solo teníamos que ir una vez por semana: los viernes. Al principio me pareció que era muy poco y que se me haría eterno entre semana y semana, sin embargo nada más lejos de la realidad. Las clases empezaron y con ellas los trabajos. No se trataba de trabajos sin más, sino de tareas que siempre necesitaban de una reflexión y muchas veces de una parte práctica. Creo que esta metodología fue uno de los puntos fuertes del curso ¿por qué? porque te permitía asimilar lo que habías aprendido, incorporarlo a tu práctica docente, replantearte tus fallos, tu metodología y preguntarte a tí mismo como lo haces y por qué. En definitiva era una forma de abrirte nuevos caminos, dándote la posibilidad de que puedas rectificar o ratificar tus métodos pero siempre de un modo consciente y meditado. Además, el hecho de haber realizado el curso al mismo tiempo que seguía dando clases de español me permitió poner en práctica lo que iba aprendiendo, obteniendo muy buenos resultados.
Otro de los puntos fuertes de esta experiencia ha sido que la mayoría de los profesores presentaban sus contenidos de tal forma que, si bien era imposible transmitir todo lo que querían en unas pocas horas, lograban despertar en mí la curiosidad, lo cual es sin duda una de las mejores cosas que puede hacer un profesor. De esta forma, me dejaban con las ganas de seguir investigando, con las ganas de poner en práctica enseguida aquello que acababa de aprender. En pocas palabras hacían lo que nosotros como profesores de español tenemos que hacer con nuestros alumnos: fomentar la autonomía de los estudiantes, hacer que sean ellos quienes tomen las riendas de su formación y se hagan responsables de su aprendizaje.
Y así fueron pasando las semanas y los meses hasta que llegó febrero y cuando parecía que todo había acabado (porque ya no teníamos más clases teóricas) empezó uno de los mejores momentos del curso: la parte práctica. Fue en esta ocasión cuando tuve la suerte de coincidir con compañeras como Ingrid, Ana y Mariela con las que ha sido muy fácil y muy interesante trabajar, gracias no solo a su buena predisposición sino también a sus aportaciones. Fue también durante esta fase cuando pudimos contar con el apoyo de nuestra tutora Natalia que sin duda nos facilitó enormemente el trabajo y nos ayudó gracias a sus comentarios más que constructivos a mejorar nuestra práctica docente.
Sin duda ha sido una experiencia muy productiva que me hacía falta y que estoy segura que me traerá grandes beneficios.
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